Algún físico-matemático podría dar criterios absolutos para ello; e incluso en la vida real, a nivel más mundano, existen pautas no escritas que todo el mundo (las siga o no) entiende y en las que conviene. Por ejemplo: los platos no deben estar en el fregadero, sucios... la ropa, debe estar en los cajones, y no tirada por el suelo... etc. Es verdad que existen grados de laxitud en esas reglas, parametrizados por el tiempo y el espacio: ¿cuanto tiempo puede estar una camisa en el pomo de una puerta secandose, sin que se considere ya "desorden"? De hecho, esa multitud de grados, casi continua (frente a cuantizada), es la fuente de muchas peleas en convivencia.
Pero no es mi objeto hablar de la entropía (es un asunto interesante empero, para otra vez quizá). Sino de la memoria.
Gran parte del desorden de mi casa está causado por la múltitud de objetos que guardamos para recordar cosas varias: los famosos "recuerdos": Cartas, cuadernos, libros, fotos, postales, objetos, souvenirs, adornos, figuritas, invitaciones, planos de ciudades, folletos turísticos, billetes de avión, tarjetas de embarque, sobrecitos de azucar, recibos, MÁS recibos, facturas, MÁS facturas, cuadros antiguos, regalos inútiles, diplomas absurdos, trofeos más absurdos aún, ropa vieja, un poco más de ropa vieja (Dios mío, ropa vieja!!!)...
¿Por qué tendemos a guardar cosas inútiles? Yo al menos, he llegado a la conclusión de que no me fío de mi memoria, y me da miedo olvidar.
¿Qué pasa cuando olvidas algo? Pierdes parte de tu ser, ¿no? A ver, si no, ¿quién era ese que actuó aquella vez, qué le motivaban, por qué hizo lo que hizo, y qué le empujó a ello? Ese ya no soy yo. De hecho, es un desconocido, con el que no tienes la menor relación. Es una sensación desasosegante, cuando te cuentan: "¿pero no te acuerdas?, ¿si estuviste bailando con ella toda la noche!". Piensas, "¡joder, pero si yo no fuí!, no me acuerdo de nada!". ¿Quién estaba en mi lugar, qué hizo?.
Pero no solo es eso. Todas nuestras sensaciones acerca de algo, gustos, aprecios, desprecios, se basan en la memoria. Incluso más de una vez he tenido la sensación de que cierta simpatía o antipatía previa hacia alguna persona poco tratada, provenía de algún sueño que he tenido.
El otro día mi abuelo, de 92 años, comió, seguramente por primera vez en 60 o 70 años, gambas. Siempre las ha odiado, desde un atracón en Chiclana, cuando era joven.
El otro día, simplemente, las probó (estaban en la mesa, a su alcance) y le gustaron. Con la mayor naturalidad del mundo, al preguntarle, contestó: "¡a mí siempre me han gustado mucho las gambas!".
Todos esos años, desaparecieron en un instante.