El otro día charlaba con mi abuelo.
Cada vez me interesa más el funcionamiento de la mente, y cada vez estoy más cerca de la idea de que es principalmente memoria. ¿Cómo puede ser que sintamos algún rencor, afecto o desconfianza, por ejemplo, si no nos acordamos de lo que nos hicieron, bueno o malo? ¿Qué somos en realidad si nos quedamos sin circunstancia?
Al envejecer se dejan de fijar recuerdos, es como si los pos-it ya los hubieras usado mucho y ya no pegaran. Los discursos cíclicos se alargan, y vuelven a comenzar por donde empezaron hace un rato. Hace falta intervención externa que deshaga el bucle...
Sin embargo hay momentos de lucided extrema. Ojo, mi abuelo no sufre demencia senil, tiene problemas de memoria reciente. Y recalco lo de reciente, porque últimamente desentierra recuerdos que antes, bien no recordaba, bien no quería recordar, o contar.
Para bien o para mal, por azar o no, al igual que todos los españoles que vivieron ese momento de la historia en que nos tocó matarnos unos a otros, mi abuelo cayó en uno de los dos bandos. La verdad es que para lo que quiero contar da lo mismo cual de ellos sea.
Mi abuelo no dio tiros, como siempre nos ha contado de pequeños ("abuelo, ¿tú mataste a alguien en la guerra?"), contestando a nuestra impertinencia infantil. Fue camillero, y le tocó ver muchas heridas y sufrimiento.
Aún así, cuando contaba algún detalle de las cosas que vió, de forma progresiva según la edad que ibamos teniendo, siempre lo hacía con la asepsia de los médicos, nunca te parecía ni impresionado, ni impresionante, ni morboso. No trascendían sus emociones del momento, más allá del interés por cumplir su misión, o lo que le llamaba la atención la medicina, la cirugía sobre todo. Más de una vez confesó que a él le hubiera gustado ser médico...
Pero ayer, mi abuelo contó algo, después de una serie de historias más o menos confusas y confundidas por sus fallos de memorias; algo, digo, que me impresionó como nunca.
Contaba, que durante la guerra, en un campamento cerca del frente, asistió a un fusilamiento. Dos capitanes capturados al enemigo, se encontraban frente al pelotón de fusilamiento. Los dos capitanes eran hermanos.
Antes de que dispararan, les permitieron despedirse. Mi abuelo contó que se dieron un abrazo. Un abrazo largo, fraternal, entero, valiente. Hizo una pausa mientras lo contaba y me dí cuenta de que estaba llorando. Así, de repente. Se le había quebrado la voz, ahora, al recordarlo, después de casi 70 años, admitiendo que se estaban poniendo los pelos de punta.
Los dispararon a la vez. Un tiro y hala, los dos acabaron allí mismo.
En menos de un minuto, mi abuelo estaba contando otra vez la misma historia que me había contado antes del fusilamiento.
¡Qué impresionante máquina es la memoria!, y cuánto deberíamos aprender de la gente que ha vivido tanto, y tan intensamente.
Reamde
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Es la última novela de Neal Stephenson, escritor genial sobre el que ya he
hablado infinidad de veces.
A diferencia de la anterior, Anatema o Anathem (muy r...
Hace 12 años
1 comentario:
Impresionante post, Hool Yaw...
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